
Hoy hace 79 años de la proclamación de la Segunda República española, un periodo de la historia de España que marcó un antes y un después en la historia de nuestro país. Para bien o para mal, el pueblo español se hacía dueño de su propio futuro, que ya no recaía en otras manos que no fueran las suyas, en la expresión máxima de la democracia.
Intentaré no caer en la mitificación de la Segunda República, que como casi todo periodo histórico, tiene sus claros y sus oscuros, aunque nunca justificarán lo que vino después.
Seguramente su final es condición necesaria para su posterior mitificación, pero todos hubiéramos preferido no tener esa posibilidad. El 18 de Julio de 1936 ya sabemos lo que pasó: un grupo de militares golpistas (como la historia la escriben los ganadores se le llamó Alzamiento Nacional) se levantaron en armas contra el poder legítimamente establecido. Se levantaron en armas contra el pueblo español, legítimo tenedor de la soberanía nacional desde el 14 de Abril de 1931. Tres años de lucha entre hermanos, que dividió a España en dos bandos que desde entonces no se han vuelto a unir, dió paso a una dictadura en la que los perdedores (aunque perdedores eran todos) fueron represaliados por el bando que se consideraba ganador, en unos tiempos sin claros, sólo con oscuros, que duró demasiado tiempo. En realidad, cualquier tiempo hubiera sido demasiado.
Fue en 1975, con la muerte del dictador, al que la Iglesia llevaba bajo palio, cuando se intentó unir a las dos Españas de nuevo, aunque para ello, los vencidos debían perdonar demasiadas cosas. Demasiados familiares asesinados y arrojados a cunetas, demasiados desparecidos, demasiado dolor, demasiada humillación. Pese a ello, se perdonó en aras del bien común, porque se creía que España era el gran país que es, le pese a quien le pese. Pero también se perdonó porque no podía ser de otra forma. Los poderes públicos seguían en manos de quienes habían detentado el poder durante los 36 años anteriores, y no eran tiempos para ponerse en contra de un ejército que tenía a Franco como héroe y demasiadas ganas de emular su gesta de 1936. También se perdonó por miedo.
La democracia parecía consolidarse, se aprobaba la Constitución de 1978, con la concesión de convertirnos en una monarquía parlamentaria de un rey que no gobernaba, pero parecía que nos poníamos de acuerdo. España entraba en la modernidad poco a poco y parecía que las heridas terminaban por cicatrizar. Estábamos convencidos de que el llamado régimen anterior no era más que un mal recuerdo cuando nos dimos cuenta de que no todo estaba cicatrizado y que el régimen anterior era más que un mal recuerdo. El sindicato ultraderechista Manos Limpias y la Falange Española, herederos de aquellos que detentaron el poder hasta 1975 y nostálgicos de tiempos para ellos mejores aunque para ello tuvieran que aplastar a medio país, presentaban una querella contra el juez Baltasar Garzón por investigar los crímenes cometidos por el franquismo.
Los viejos fantasmas volvían a aflorar, y los que tenían que envainársela eran los de siempre, los que ya habían perdonado y que no querían más que saber lo que había sido de sus seres queridos. La acusación contra Garzón era la de prevaricación, la peor que se puede hacer a un juez, y si bien la actuación de Garzón puede ser hasta cierto punto criticable, e incluso se puede someter a distintas interpretaciones, la que hace el juez Garzón es válida al considerar la desaparición de muchos españoles como un delito de genocidio, y por tanto, sometido a las leyes internacionales sobre la legislación española.
Se podía haber resuelto como un conflicto procesal más, pero a Garzón le tiene ganas mucha gente, por lo que la posibilidad de terminar con él de una vez por todas era demasiado golosa para mucha gente. Entre ellos, varios magistrados del Tribunal Supremo, que no han querido dejar pasar la oportunidad.
Al final nos vemos abocados a una situación que no puedo calificar más que como rocambolesca y vergonzante en sí misma. El juez que quiere investigar los crímenes de la dictadura se ve imputado por querer investigarlos. El juez que quiere dar respuesta a los familiares de los represaliados acerca de dónde están enterrados sus seres queridos va a ser juzgado por ello.
Las dos Españas siguen tan presentes como siempre. Sigue habiendo una que golpea a la otra, bien con la bandera, como hicieron antaño, o bien a través del perdón impuesto ante sus fechorías. Yo no estoy dispuesto, y como yo, otros muchos que están hartos de agachar las orejas ante tantos años de supremacía de los golpistas, bien sea a través del miedo o copando las clases dirigentes, que permanecieron en sus puestos pese a haber sido parte activa en la represión. Demasiado perdón no merecido. Demasiado sacrificio por el país, y siempre de los mismos.
No se trata de saldar cuentas, ni de buscar culpables. Se trata de buscar la dignidad que durante tantos años se negó a tanta y a tanta gente, cuyo único delito fue defender la legalidad vigente en 1936, la democracia y la República. Ni eso se les permite. Son los vencidos.
Desde 1975 creíamos que no había vencedores ni vencidos, sino ciudadanos de pleno derecho, pero era una mera ilusión. Hay temas que no se deben tocar porque no interesa a ciertas capas de la sociedad. Si no sobre el papel, el sentimiento del vencedor sigue vigente y para ello tiene que haber un vencido. El de siempre.
Salud y República.